X. Ciberactivismo para ciberactivistas de la vida cotidiana


En el capítulo anterior habíamos enunciado lo que debería de ser, en general, el mantra del ciberactivista: discurso, herramientas y visibilidad. 

Estos tres conceptos son los que debemos tener presentes cada vez que queramos comunicar en una red distribuida, originar un proceso abierto –de los que pueden acabar en ciberturba– o simplemente organizar una convocatoria, una propuesta de adhesión.

La diferencia fundamental entre los dos modelos es la existencia o no de un nodo dinamizador a lo largo de todo el proceso.

Si sólo queremos iniciar, prender, un proceso de debate, tendremos que argumentar, señalar, escribir y promocionar lo escrito. Si es posible, celebrar actos presenciales y relatar los que hacen otros, animando a quien podamos a escribir y opinar sobre el tema. 

No es fácil iniciar un proceso así. La pequeña historia de las ciberturbas nos demuestra que surgen como respuesta a hechos traumáticos mal gestionados informativa o socialmente por las autoridades, cuando no provocados por ellas mismas. Son reactivas. Cuanto menos universal sea la percepción de que el motor es un hecho de alguna manera «indignante», más lento será el proceso y menos
probable será que surja espontáneamente, por mucho que lo estemos animando.

Por eso el modelo de ciberactivismo más frecuente es el que busca la adhesión a una campaña cuyos objetivos y medios han sido diseñados estratégicamente a priori por un nodo organizador.

En general, en este tipo de procesos la claridad y la accesibilidad de la información serán fundamentales. Hace falta ante todo un por qué, un qué y un a quién: por qué hay que movilizarse, qué hay que vindicar en respuesta y frente a quién hay que hacerlo.
Esto, a su vez, obliga a cuidar una serie de elementos de la información:

Documentación. Debemos partir de una información exhaustiva, recoger todos los argumentos a favor y en contra de nuestra postura y ponerlos a disposición pública.

Discurso. Debemos resumir en dos líneas por qué una persona normal debería movilizarse. En muchos casos vamos a dirigirnos a la gente para pedirles que reaccionen ante algo que posiblemente no conocen, pero que si conocieran posiblemente tampoco tendría mucho interés para ellos. Tendremos poco tiempo
y pocas oportunidades para convencerles, lo que significa que tendremos que ser muy claros en todos nuestros mensajes, maximizar la transferencia de información. Es necesario que sean evidentes los objetivos, los medios y las causas. Si los receptores no tienen claro de qué va el mensaje, no podrán pasarlo ni explicárselo a otros aunque quieran.

Tendremos que conseguir que, aun siendo corto y claro, esté lo suficientemente matizado como para que no sea ni un panfleto ni una proclama del fin del mundo.

El mensaje apocalíptico es una falsa tentación. Si se articula bien, puede alarmar lo suficiente a los demás como para que se impliquen, pero ¿y si, por ejemplo, nos enfrentamos a un proyecto de ley y finalmente sale adelante? Es probable que no vivamos de una forma evidente en un 1984 orwelliano al día siguiente de su
aplicación, pero seguramente las cosas serán más difíciles para los objetivos que perseguimos y nos hará falta más que nunca crear opinión y movilizar gente. Si
vendimos que la alternativa era la retirada del proyecto o el fin del mundo, indefectiblemente perderemos lo más valioso, el ánimo de los que participaron, su confianza en las perspectivas abiertas por sus propias acciones.

Elegir los destinatarios últimos de la acción. ¿Qué institución tiene la responsabilidad de lo que reivindica una campaña? ¿A quién mostrarán los adherentes su descontento? ¿A quién trataremos de convencer con nuestros argumentos? ¿Qué pretendemos de aquel o aquellos a los que nos dirigimos?

Esto es importante porque se trata de plantearnos siempre objetivos alcanzables. Pedir lo imposible sería burlarse del esfuerzo de quienes se movilicen y abriría el camino de la desmoralización posterior.

Puede que tan sólo persigamos la transmisión del mensaje, la conversión de una historia o un eslogan en meme. No habría antagonista en una campaña de este
tipo. Estaríamos ante una campaña de «marketing viral», donde lo que se pretende es simplemente que el receptor retransmita. Pero incluso en estas campañas es muy probable que le pidamos algo más: que participe en el debate de un libro –y, por tanto, que lo lea y tal vez incluso lo compre», que envíe una carta de protesta a una institución o se manifieste frente a ella, que pruebe un producto o que investigue por su cuenta sobre el cambio climático. Da igual, debemos pedirle que haga algo asequible para él, explicándole claramente por qué si son muchos los que se suman puede cambiar algo contextualmente.

Diseño de herramientas. Las herramientas son fundamentales y hay que facilitar que cada persona que entre en relación con la campaña pueda reproducirla en su cluster, en su red social, sin mediación de nadie. Se trata en primer lugar de informar, de hacer una pequeña selección de enlaces sobre «qué es» y «por qué nos afecta». Esto puede ampliarse a e-mails y SMS tipo, carteles en formato electrónico que la gente pueda imprimir y fotocopiar, banners que puedan incorporar a su blog, etc.

Es importante que los logos y demás materiales sean de la campaña, no del grupo, la empresa o el blog desde el que lo lancemos. De este modo favorecemos que otros nodos asuman la campaña como propia simplemente copiando y pegando los materiales en su blog o web, sin tener que darnos una sola referencia.

Si de verdad queremos propagar una idea, no debería contrariarnos en absoluto que esto suceda; al contrario, no hay mejor síntoma de que una campaña distribuida se está haciendo bien. Es más, los motivos deberían poder copiarse con facilidad y personalizarse de acuerdo con los intereses de cada cual; por ejemplo, para ponerle el logo de su colectivo de estudiantes, sindicato, asociación vecinal o club rolero. De entrada, todos los nodos, todas las subredes interesan; no temamos que la campaña sea co-firmada por muchos. Cuanto más personalizada sea la comunicación, más fiable será.

Visibilidad. El primer elemento para obtener visibilidad ya lo tenemos. Añadiríamos, además, la posibilidad de un «contador», un sitio donde de alguna manera se recoja un censo de adherentes o un diario de la expansión de la campaña. Un blog suele ser una buena solución. No hay nada que genere más ánimo que ver la campaña crecer desde abajo.

Por otro lado, hay nodos en la red que están a caballo entre la propia red y la comunicación en broadcast: radios comunitarias y emisoras online, periódicos electrónicos, periodistas con blog, etc. Enviarles un email con un pequeño dossier y documentación puede convertirlos en un nodo muy activo que abra terrenos
y redes para la campaña.

En esta misma línea, hay que hacer un llamamiento para que todo aquel que pueda y se anime mande artículos de opinión y cartas al director a la prensa, especialmente a la local, la más leída en nuestro país (y en casi todos). Se pueden enviar dossieres como el que preparemos para la prensa electrónica (básicamente
un e-mail con enlaces y una explicación clara de la campaña) a columnistas regulares de medios locales de quienes sabemos que están particularmente sensibilizados con estos temas.

En una campaña «clásica» el centro «tiraría de base de datos» y organizaría un mailing bastante impersonal que enviaría a personas con este perfil. En la red se
trata de que sean los propios adherentes, los agentes activos de la campaña, los que «pasen» la información a sus contactos y conocidos cercanos. Seguro que hay 
muchos de ellos en situación de enviar artículos a la prensa local o hacer una intervención en la radio local.

Se trata de que cada nodo aporte algo para mejorar la visibilidad de la campaña, descubriendo que su agenda, sus contactos, su red social personal, al agregarse a la de los demás, forma un potente medio de comunicación y un formidable instrumento de acción colectiva sin mediaciones.

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